DURMIENDO CON ELLOS
Alexander Obando
San José:un sitio,
una ciudad de tentáculos perdidos.
Los zancudos de mayo
revolotean en el calor de la noche.
Hay perros que ladran:
abren el hocico para tragar
entre dientes amarillos y roja lengua
un bocado de aire y humedad.
Pero en mi casa, siempre,
se duerme con ellos.
Algunos lagartos
no cierran las fauces
por temor al olvido y las piedras.
Las almohadas de la luna ya
descienden:
alguna estrella se consume
y envía fragmentos
que debieron quedarse en Aries;
pero en casa, y tras
la lluvia de aerolitos,
quedamos durmiendo con ellos.
Tal vez yo me sienta uno asociado con la noche.
He abierto muchas puertas
para ahogarme luego entre callejones de ciudad.
Por eso,
siempre con ellos:
con los muslos
y miembros exangües como
disfraces de un viejo ropero.
En el pequeño cuarto de la tarde o
mientras en Santiago de Cuba llueva;
mientras las calles frías
alberguen un desafinado amante de Caruso,
nosotros con ellos.
Para cuando aparezca otro afarensis
y las vigas del Maracaná envejezcan de cerveza;
mientras la lluvia de dientes fertilice el desierto,
yo en la playa o en el cine...
durmiendo con ellos.
Tal vez yo soy uno mismo con la noche.
He ido por ahí abriendo puertas olvidadas
cuyos habitantes carecen de nombre.
Y luego,
durmiendo con ellos en los aviones y los trenes;
bajando el Golfo con las manos en la arena
o los pies al quicio de un zigurat.
Levantando el turbante o los anteojos
para distinguir al amigo o enemigo.
Sacando muelas o
dando clases en el Carmen de Parrita.
Haciendo la paz y la guerra en Peñas Blancas
o siguiendo el buque fantasma del Lago.
Porque en San Juan del Norte
los senos y los muslos
se abren a la noche como esporas,
y nosotros, a pesar de la guerra,
dormimos con ellos.
Recordando a Lorca o Rimbaud en patineta.
El pelo lacio y los ojos tristes cuando un poema
en la cocina
se le llenaba de cerveza,
cuando una fulana destrozaba sus sueños
con un NO firme y abundante,
y sin embargo,
dormía con ellos.
Yo he sido uno mismo con la noche.
Abro millones de puertas oscuras
y las cierro ante ojos aterrados.
Por eso un hotel en Nebraska
y otro en San José.
Bajando del tren al perro del guardián
para hacer el amor en el cabús,
y siempre,
durmiendo con ellos.
En San Salvador o Atenas,
sin murallas,
sobre un libro de García Márquez
y a la luz de una candela;
acariciando sus flancos
mientras el fantasma
nos mira desde la puerta,
?y a pesar del miedo?
durmiendo con ellos.
Tocar esos labios húmedos
apenas dibujados por la ventana.
Negar la importancia de T. S. Eliot
y rasgar una guitarra en los balcones del frío.
Porque siempre he sido uno mismo con la noche.
Salgo bajo la lluvia y regreso bajo la lluvia.
Mi casa
está llena de ídolos muertos.
Tengo por tanto al loco de mi amigo
entre los brazos,
succiono los morenos pezones
y duermo con ellos,
siempre con ellos.
Pavarotti en el Lincoln
y nosotros imitando a Verdi y Puccini;
porque San José
no tiene sentido
si no duermo con ellos;
con Sosa de Honduras
y la uruguaya de Tibás.
Abrazar con el calor de
mi mano sus hombros húmedos,
transgredir su pubis
siempre con ellos.
Porque yo soy uno mismo con la noche.
Y un grito desde lejos atraviesa las calles,
pero no para saludarme o decir adiós.
Duermo con todos en las noches de verano
y en las tardes colegiales.
Una taza de leche
y un bollo de pan para el domingo de Pascua.
Decirle detrás de la oreja
que no tenga miedo,
que a todos les pasa durmiendo con ellos.
Por entre ruinas;
sobre las grúas del transporte;
en los baños de los hoteluchos y
bajo las narices de sus tíos,
durmiendo con ellos.
Sin la clara luz de una luna en Málaga.
Sin el ronroneo de las palmeras de Limón
pero durmiendo con ellos.
Porque
San José
es la ciudad;
a veces,
a veces el momento;
y yo,
mirando el viejo reloj
desde esta ventana,
sé que siempre seré uno
asociado con la noche.